Gracias a los parlantes que mi vecina del tercer piso sacó por la ventana, sonó en el barrio, en pleno toque de queda, El derecho de vivir en paz de Víctor Jara. El derecho de vivir, poeta Ho Chi Minh, con militares y balazos de fondo; el derecho de vivir, canta Víctor, y me hace pensar qué de vida hay en todo esto.
El concepto «vida», particularmente desde la discusión sobre el aborto, ha articulado su significado desde una sustantivación trascendente, es decir, la vida como esencia sacramentada, despojada de toda condición material del alguien a la que le es propia. Si el derecho a la vida fundamenta así su sentido, es que su sustantivación se reñirá con la vida en tanto verbo: el vivir; el estar de lo vivo; la presencia concreta y material de lo, las y los vivos.
Signo de tal contradicción es que ni una palabra hayan tenido “las y los defensores” de la vida sobre las y los veinte «vivires» aniquilados durante el estado de excepción; sobre los miles de «vivires» radicalmente afectados por la violencia policial y militar propiciada por el gobierno criminal de Piñera; sobre los miles y miles de «vivires» dejando la vida en las calles por otros 17 millones de «vivires» sistemáticamente aniquilados por las AFPs, por la salud pública, por la explotación, por las zonas de sacrificio, por los 17m2 de las inmobiliarias.
No es de extrañarse que ni una palabra hayan tenido “las y los defensores” de la vida. No es de extrañarse. No. Lejos de importarles el vivir, la elite político-empresarial vive la idealización de una vida como postulado, lejos de la mundanidad cotidiana; lejos de la miseria del pueblo.
La imposibilidad política de darle una identidad homogénea tanto a la composición como a las demandas del movimiento, ha hecho a la elite político-empresarial, pro-vida, inventarse interesadamente su propia representación de la movilización y actuar en función a ella: “son los sectores medios exigiendo mayor capacidad de consumo”, dicen. Pero no es en la distribución de la capacidad de consumo donde se juega la sustantividad del conflicto social, sino que en la repartición del poder; del poder —al igual que el vivir— no como sustantivo (clase política), sino como verbo (lo posible).
El régimen de poder no reparte lo posible en abstracto, sino que reparte concretamente lo que nos es posible a la hora de afirmarnos colectivamente el vivir. La resistencia del Wallmapu; los levantamientos territoriales en Chiloé, Quinteros, Puchuncaví, Aysén, Caimanes, Petorca, entre un largo etcétera; los movimientos No+AFP y Ni una Menos, son explícitos en demandar la autonomía en poder afirmarnos el vivir (y si cabe alguna duda, cuando de salario, cuentas y deudas que pagar se trata, es explícito el vivir de cada uno que se juega entre el día en que se acaba el sueldo y el fin del mes).
De poder vivir es de lo que se trata y ha tratado durante décadas esta lucha. De un poder vivir que colme la buena vida. Se trata del derecho a vivir en paz que Víctor cantó y sigue cantando aquí, en Recoleta, en pleno toque de queda.