Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Treinta
María Pía López
Universidad Nacional de General Sarmiento
Secretaría de Cultura y Medios
Treinta años: el tiempo que el llamado modelo chileno anuda salida negociada con el poder militar (después de un plebiscito en que las opciones fueron bastante parejas) y desarrollo económico con desigualdad y mercantilización de todos los aspectos de la vida. Treinta años en los que los gobiernos actuaron respetando los acordes de una partitura económica heredada y construyendo institucionalidad democrática. Ese nudo fue admirado por las derechas latinoamericanas. Chile, el de la estabilidad y el del crecimiento.

En Argentina, treinta mil es cifra clave. Producida en las catacumbas del terrorismo de Estado, es construida como bandera y símbolo en las luchas por la memoria, la verdad y la justicia. El negacionismo, entre sus rostros, juega con la precisión numérica y dice: no fueron treinta mil. El número no es dato, es cifra de un acontecimiento inolvidable, sin cuya condena no hay democracia. El negacionismo es democracia débil, apocada frente a los poderes económicos.

La rebelión chilena contra un sistema democrático de concertado respeto a los límites que pone la acumulación financiera, gritó “No son treinta pesos, son treinta años”. Las y los revolucionarios franceses podían haber enunciado: No es el precio del pan, es el dominio monárquico. La rebelión puede tener un motivo inmediato: los treinta pesos de aumento en el boleto del metro. Pero si acontece es porque otro “Basta” se fue macerando, corrió en el río profundo de las insumisiones previas, fue hastío y fundación. Cuando se nombra solo el motivo económico se priva a las rebeliones de expandir su sentido, de dar cuenta de su efectiva multiplicidad. Treinta años: el tiempo que el llamado modelo chileno anuda salida negociada con el poder militar (después de un plebiscito en que las opciones fueron bastante parejas) y desarrollo económico con desigualdad y mercantilización de todos los aspectos de la vida. Treinta años en los que los gobiernos actuaron respetando los acordes de una partitura económica heredada y construyendo institucionalidad democrática. Ese nudo fue admirado por las derechas latinoamericanas. Chile, el de la estabilidad y el del crecimiento.

Si ese pacto fue piedra fundante a fines de los 80, el miedo fue su abono y sustento. El terrorismo de Estado disciplina en su presente pero en especial deja herencia, se inscribe en los cuerpos, condiciona e inhibe. Se actualiza como miedo al hambre, a la desocupación, a la deuda que encadena. Chile estalla por los más jóvenes, los cuerpos no marcados por la carimba feroz. Son les estudiantes que exigen gratuidad de sus estudios –el fin de esa insaciada dependencia de la usura financiera– y las muchachas que tomaron universidades contra otro tipo de óbolo, el de la siempre impaga culpa de ser mujer en un sistema patriarcal. Son, ahora, muchas personas, de muchas edades, pero especialmente para aquelles quienes la dictadura es pasado en su trayecto biográfico.

En Argentina supimos que los efectos del terrorismo de Estado habían terminado en su modo masivo no en el acto electoral inicial ni en los juicios, sino en el momento en que a un estado de sitio se le contestó con la permanencia en la calle. Así ocurrió en Chile, y sucedió aunque la represión fue más feroz que en el 2001 argentino, y la rebelión enfrenta a un gobierno fortalecido por la razón neoliberal y no a un pelele burlado por su torpeza para cumplir su programa. En la mitología cristiana, Judas entregó a Jesús por treinta monedas. Hay quienes imaginan, Borges entre ellos, que ese monto era ficticio, porque la de Judas era función necesaria y él se inmoló tanto como Cristo, pasando a la historia como el traidor. Nunca son treinta monedas el corazón de la historia.