Transición es un concepto que ha tenido gran arraigo en la tradición sociológica. A través de esta categoría las ciencias sociales formularon una interpretación de la postdictadura en Chile, refiriéndose con ello a la coexistencia de formas autoritarias –denominadas enclaves– y formas democráticas que acontecerían dentro de un mismo contexto.
Lo que ha ocurrido es que se emplea este término tan problemático de forma alusiva, sin interrogarnos acerca de su especificidad. Y si bien no es posible aquí deconstruir etimológicamente su significado, lo cierto es que se inscribe en una noción progresiva del tiempo histórico.
De este modo, el concepto de transición se ha concebido a partir de modelos de periodización cronológica, que en este caso resultan insuficientes para comprender la transición en Chile. En ese sentido es que la noción de dispositivo desarrollada por Michel Foucault puede resultar conceptualmente más apropiada para ahondar tanto en su pregnancia terminológica como en sus alcances empíricos. En su definición, Foucault entiende los dispositivos como “un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos” (Foucault, 1991: 128).
Si bien en el marco del debate transicional chileno Willy Thayer nos proporciona una definición de la transición que contribuye a una mirada crítica respecto a esta problemática, al entenderla no como “la transferencia de la administración gubernamental de la dictadura a la democracia, sino la transformación de la economía y la política que la dictadura operó” (1996: 219), con ello no parece que esté todo dicho sobre esta categoría. El filósofo italiano Roberto Esposito observa una proximidad semántica entre el término «maquinación», acuñado por Martín Heidegger, y los dispositivos de Foucault. En efecto, maquinación refiere a un movimiento en que una tendencia se desarrolla a través de su contrario, de manera tal que el “desencantamiento” moderno no hace más que consolidar el encantamiento entendido como dominio desenfrenado de la máquina.
Dicho así –y siguiendo a Thayer– la transición no es un proceso propiamente tal que nos llevara a la democracia, pero esto es porque las formas autoritarias que persisten no son más que el remanente irresuelto de una soberanía fáctica del capital financiero, en que la dictadura lejos de representar una polaridad opuesta y destinada a superarse por el avance teleológico de la democratización, más bien sería el revés totalitario (como dice Esposito) de la propia democracia que la pone del lado del mito –cuando se efectúa en su instauración regimentada una clausura totalizante–, no sólo por déficit democrático sino que también por exceso.
La transición en tanto que dispositivo, comporta la integración y neutralización de los conflictos sociales, a través de técnicas y procedimientos gubernamentales complejos. El estallido social reciente nos pone en evidencia la apertura de líneas de subjetivación (dicho en términos deleuzianos) que comienzan a fisurar los contornos de este dispositivo.