Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Relación
Débora Grandón Valenzuela
Universidad de Chile
Facultad de Ciencias Sociales
La consigna “no son 30 pesos, son 30 años” evidencia que por al menos tres décadas la relación que hemos tenido con la clase política ha encubierto un espejismo de autorrepresentación de dicha clase, que ha sido cómplice con la instalación de un neoliberalismo voraz que hoy muestra sus grietas y fracturas. La denuncia de una inequidad histórica y estructurante de nuestra sociedad hace evidentes las relaciones de privilegio a la vez que las de explotación, las relaciones de dueñidad y a la par, las de desposesión.

Las recientes movilizaciones y protestas que vivimos en Chile han destapado y puesto de manifiesto un malestar histórico y generalizado sobre la red de relaciones que producen y reproducen nuestras vidas cotidianas. Relaciones sociales, relaciones con la naturaleza, relaciones de producción, relaciones de reproducción y relaciones de representación son algunos ejemplos de la urdimbre relacional que hoy nos anuda y nos ata.

Al introducir la dimensión relacional como clave analítica sobre el estado de las cosas, primero es necesario resaltar que toda relación posible existe sólo entre dos o más partes que se reconocen como diferentes. Así, toda relación posible se inscribe, como condición fundamental, a partir de dos o más sujetos diferentes a la base. Sin esta condición ontológica, la pretendida relación resultaría en una mímesis, una absorción, o bien, en un acto especular en donde sólo existe un mismo sujeto en relación consigo mismo. Consecuente con lo anterior, no existimos como sujetos aislados, sino que precisamente, es la constatación de la diferencia la que nos informa de que existimos como ser singular, y a la vez, es la diferencia la que constituye cualquier posibilidad de constituir lo común. Así, nuestras existencias están atravesadas y mediadas siempre por una serie de relaciones, que son precisamente, las que hoy el movimiento ciudadano buscar refundar.

La consigna “no son 30 pesos, son 30 años” evidencia que por al menos tres décadas la relación que hemos tenido con la clase política ha encubierto un espejismo de autorrepresentación de dicha clase, que ha sido cómplice con la instalación de un neoliberalismo voraz que hoy muestra sus grietas y fracturas. La denuncia de una inequidad histórica y estructurante de nuestra sociedad hace evidentes las relaciones de privilegio a la vez que las de explotación, las relaciones de dueñidad y a la par, las de desposesión. Con fuerza y hartazgo, el populus alza sus anónimas voces exigiendo un nuevo des-orden de las cosas, exigiendo nuevas formas de lo humano y lo social, nuevas formas de lo político, y nuevas formas de lo común (o quizá, su auténtica constitución). El pueblo recuerda a sus gobernantes la relación de re-presentación que en primera instancia los constituyó como tal, y les exige la defensa de las condiciones para la vida. Sin embargo, aquella clase exhibe la ficción y el fracaso de la representación, constatando su desconocimiento y usufructo de las vidas cotidianas de quienes entregan toda su fuerza de trabajo, a cambio de violencias múltiples y migajas de bienestar.

Ante la apelación de transformar las condiciones en las que se producen nuestras vidas cotidianas, se hacen oídos sordos que niegan cualquier posibilidad de diálogo, en tanto no existe relación legítima posible con el Estado y sus aparatos con la coacción, la violencia armada y la tortura mediando. Contra nuestras cacerolas y cucharas se alzan tanques, bombas lacrimógenas, toques de queda, armas y balas. Contra nuestras demandas por vidas dignas y vivibles se hacen burlas y sarcasmos que nos instan a levantarnos más temprano, a comprar flores, o a hacer vida social esperando el acceso a centros de salud. Cuando velamos a nuestros muertos y muertas por las fuerzas policiales –en féretros pagados a cuotas–, el Estado consuela y bonifica a quienes nos matan.

El reconocimiento de lo común es aplastado, y por contraparte, se erige un autoritarismo tanatopolítico con las manos teñidas de sangre. Pero un movimiento ciudadano, acéfalo, que no se abandera a partidos políticos específicos, alza su voz buscando autorrepresentarse, para poder instituir esta vez, nuevas formas de relación y en ello, de lo común. Lo que hoy se pone de manifiesto es una articulación colectiva que repiensa la vida y sus condiciones de posibilidad, que se niega a la precariedad generalizada en medio de la desolación individual; lo que se está defendiendo son vidas vivibles, los usos –y desusos–, del tiempo que no se supediten a la producción del capital; hoy se defiende la justicia y la memoria, los cuidados y los afectos, la naturaleza, la dignidad, lo común, y quizás también, la todavía tan desconocida democracia.