Lo que hoy ocurre en Chile no solo recuerda la crueldad organizada de la dictadura y de los tiempos violentos de nuestra historia, también da cuenta del temor de los poderosos a perder el sistema que impusieron a sangre y fuego. Sin embargo, son hechos que ocurren en democracia, esa que tanto hemos queremos cuidar y mantener y que ha permitido que se hayan refinado los modos de castigar, perseguir y amedrentar a todo un país.
La belleza y la tibieza de las inmensas manifestaciones repletas de la creatividad popular, ha puesto en la calle un sufrimiento social que tanto se guardó, al punto que nos parecía algo «natural» vivir sin nada, soportando castigo tras castigo, muerte tras muerte en hospitales, insultos de toda laya y humillaciones repetidas. La anestesia contra nuestra sociedad chilena fue pensada. La racionalidad que allí organizó prácticas y discursos convocó a toda una jauría sedienta de poder que no trepidó en traicionar para recibir la migaja de los poderosos que los mantuvieron y los mantienen a su servicio.
Y así nos acostumbramos. Se nos olvidó que habíamos estudiado gratis, que existían médicos de familia y que jubilar era una fiesta que celebraba el deseado descanso de nuestros abuelos. El engaño fue muy bien pensado. Pero no podía durar para siempre. Llegó la hora en que miles de hermosos estudiantes secundarios comenzaron hace ya algunos años a atreverse a reclamar derechos para todas y todos y a enfrentar las policías.
Hoy se despertó Chile, sí, pero no de la modorra sino de la anestesia que nos inyectaron con el dulzor del consumo y del individualismo que consiguió que no miráramos el dolor del otro y el sufrimiento de la otra, pues ese dolor no nos tocaba, nunca nos tocaba. La anestesia la sacaron de nuestras venas estos jóvenes cuando evadían saltando torniquetes al mismo tiempo que veíamos -por fin- lo que habían hecho con nuestras existencias durante tantos años y que los luchadores sociales intentaban hacernos ver. Por eso los asesinaron con la habilidad que tienen los poderosos para matar.
Por eso, junto con celebrar este encuentro con nosotros mismos en todo Chile, salgamos a defender a quienes estas fuerzas feroces, mandadas -pues no actúan por su cuenta-, están asesinando, torturando, gaseando, humillando, violando y haciendo desaparecer. De nuevo. Al mismo tiempo, pensemos y trabajemos por quienes han sido abandonados por el Estado para luego ser acusados y maltratados.
Las víctimas de los crímenes de hoy son ellos y son ellas. Y no olvidemos que hay un Wallmapu que ha vivido desde hace tantos años este mismo castigo, estos mismos montajes y toques de queda. Y no olvidemos tampoco que los y las inmigrantes han sido objeto de racismo y de humillaciones que debemos hoy día reflexionar.
Contra la impunidad, precisamos de todos todas y todes. La felicidad de quien se rebela tiene un precio muy caro.
Con afecto, con rabia, con alegría y con el cuerpo y las emociones puestos a prueba.