Es fácil advertir que al momento de pensar en una protesta se nos pide una precaución: “pero… ¿de qué tipo de protesta se trata?” Cuando las movilizaciones de este octubre se iniciaron con una masiva evasión al metro, lo primero que se planteó fue el disenso respecto a la forma de protesta. El discurso de la política de la democracia representativa, y de los mass media que les son coextensivos, nos pide separar las protestas de sus eventuales demandas, pero sólo para luego separar las protestas respecto de sí mismas. Aun cuando es cierto que la fuerza de la protesta no se corresponde con el carácter formal de sus demandas, ya que los agenciamientos de deseo no necesariamente se superponen pliegue a pliegue con los agenciamientos colectivos de enunciación, el objetivo de una distinción en las protestas siempre parece funcionar para separar la protesta pacífica y la protesta violenta.
Ciertamente el ejercicio expresivo de la protesta no se puede ver limitado a la declaración de un propósito. Su naturaleza performativa no se limita a enunciados, sino que la protesta posee un carácter sorpresivo como todo acontecimiento. Protestar es afirmar. El verbo protestor decía en latín: atestiguar, testificar, dar testimonio. La protesta afirma para dar testimonio de un descalce en la vida política: el presupuesto de que el Estado actúa como órgano que monopoliza la fuerza legítima ya no es suficiente, los derechos se han visto vulnerados. Por eso, la protesta es una abertura que hiende el espacio público y que lo expone para mostrar sus debilidades y para abrirse paso en ellas. El hecho de pretender hacer nítida y anticipadamente una distinción entre protestas pacíficas y violentas solo puede proceder pasando por alto las líneas de fuga que hacen que las fuerzas se desvíen con cierta impredecibilidad de las posibles demandas. Un punto singular donde se tuerce la línea, pero solo para hacerse vecino de otro punto nuevo, que no estaba completamente anticipado. En este sentido, es un producto, esperado o no, de la producción misma de la protesta.
No se tendría que olvidar que la protesta es siempre por otros, para dar testimonio. Es entonces insensato señalar que los estudiantes no tuvieron argumentos válidos para protestar, simplemente por el hecho de que a ellos no se los afectó directamente el alza del pasaje de metro. La evasión del pago puede ser considerada un delito, pero en tanto afirmación de rechazo al pago, no debe verse limitada a ser explicada como mera debilidad normativa que hace imposible un mínimo civilizatorio que queda así encerrado por el problema del pago. En tanto protesta y afirmación, la protesta es un derecho, incluso un trascendental de los derechos, que se ejerce con tanto mayor fuerza y convicción cuanto más dañados se ven los derechos de la mayor parte de la población. Esos derechos de los muchos, hoi polloi, que en su discurso fúnebre, Pericles contraponía a los pocos, los hoi oligoi. La protesta, como expresión de la indignación de muchos, nos forzaría entonces a evaluar el lugar de las violencias, y de los derechos y existencias violentadas, en dimensiones que exceden a las prácticas políticas limitadas por una racionalidad apuntalada en el orden normativo y en el cálculo de las motivaciones.