Con permiso.
Me costó mucho acostumbrarme al permiso chileno. Pedido y concedido en las casas, oficinas y espacios públicos para sentarte en la mesa; para levantarte de la mesa; para entrar en la casa donde te invitaron, para ir al baño que te indicaron. Siempre veía servidumbre e hipocresía en estos gestos, no me hacían sentido; los entendía como restos de la burguesía colonial española y del obsoleto arte del savoir vivre, que siempre me parecía algo ridículo si no estás en una corte real.
Solo recién empecé de ver el respeto y la humildad que contiene el gesto de pedir permiso. Gente tímida, profunda, e indirecta (por eso hacen buenos poetas dice un amigo); gente un tanto oscura pero amable, criada entre la cordillera y el océano, entre volcanes, terremotos, y tsunamis. Algo tosca la gente chilena pensaba yo, y tan obediente… Así que el toque de queda no debería traer problemas; cómo no iba a funcionar en el país del permiso, de abrir la puerta a la dama, de ceder el asiento, de dar solo un beso, de celebrar en la calle solo cuando ganaba el equipo nacional de fútbol, de aguantar tanta desigualdad y explotación.
Pero en vez del permiso llegó el fuego… bueno, el fuego siempre estuvo ahí, solo que no corría viento para animarlo. Los 30 pesos, los 30 años, los que apenas tienen 30 años; esto fue el viento.
Así empezó la desobediencia civil de todo un país contra su sistema, su estructura, sus medios, sus líderes, su sistema de educación y salud, su condiciones materiales y culturales. Fue una revolución y una liberación masiva, incluso del mismo permiso. No se pidió permiso para manifestar. No se pidió permiso para estar en la calle después del toque de queda. No se pidió permiso para hacer ruido, música, baile, encuentros y asambleas en el espacio público. La gente salió a reivindicar lo público, lo abierto y lo libre como si fuera siempre suyo. La gente salió a la calle como si cada persona supiera lo que quería ser de libre.
Y en esta condición de lucha y libertad la gente chilena está relegando el permiso que pidieron tantas veces a los impuestos salvadores y amos de Chile y su pueblo; a la corona, a la cruz, al crédito, al capital, al desarrollo, a la inversión extranjera, a los expertos, a los políticos. Se está pidiendo de vuelta el agua, el cobre, el litio, la tierra, los bosques nativos, el espacio público, la igualdad, la dignidad, la justicia, y la soberanía. Y se está pidiendo sin permiso. No podría ser de otra manera, es que se está pidiendo y tomando lo que siempre había sido suyo.