Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Odio
Roque Farrán
Universidad Nacional de Córdoba
CONICET
Pues el problema político hoy, en que el estado de excepción es la regla, reside en cómo hacer para generar no solo procesos de democratización e igualación social, como ejemplarmente lo ha hecho Bolivia, sino cómo operar transformaciones éticas efectivas donde los individuos, excediendo sus respectivos grupos o clases de pertenencia, puedan acceder a una verdadera felicidad y goce integral, afirmados en sí mismos y no en detrimento de los demás. Si no entendemos y emprendemos esta transformación ético-política clave, todo lo demás será en vano.

Citemos a Spinoza para pensar nuestra coyuntura latinoamericana y entender, materialmente, que el odio no es histórico sino ontológico, que se sirve en todo caso de rasgos secundarios (clase, género, etnia, costumbre, inteligencia, etc.) para justificarse y darse ánimos, pero es en esencia un modo de organizar la economía afectiva: “La verdadera felicidad y beatitud de cada individuo consiste exclusivamente en la fruición del bien y no en la gloria de ser uno solo, con exclusión de los demás, el que goza del mismo. Pues quien se considera más feliz, porque solo a él le va bien y no tanto a los demás o porque es más feliz y más afortunado que ellos, desconoce la verdadera felicidad y beatitud; ya que la alegría que con ello experimenta, si no es puramente infantil, no se deriva más que de la envidia o del mal corazón. Por ejemplo, la verdadera felicidad o beatitud del hombre consiste únicamente en la sabiduría y en el conocimiento de la verdad y no, en absoluto, en ser más sabio que los demás o en que éstos carezcan del verdadero conocimiento; puesto que esto no aumenta en nada su sabiduría, es decir, su felicidad. De ahí que, quien disfruta de eso, disfruta del mal del otro y, por consiguiente, es envidioso y malo, y no ha conocido la verdadera sabiduría ni la tranquilidad de la vida verdadera.”

Me atrevo a decir que el odio proliferante quizás sea el último gesto desesperado de algo que cae definitivamente: un “modo de goce” (llamémosle así a esa colusión sintomática entre patriarcado y neoliberalismo). El tema es que podamos sustraernos a las peores pasiones con afectos que nos potencien mediante el uso riguroso de la inteligencia colectiva. Lo vemos claramente en Chile y en Bolivia. Estamos viviendo tiempos convulsionados, tiempos violentos y desorientados en los que los signos se invierten imprevistamente. Los ejemplos y contraejemplos mutantes son indicios de ello. Va a ser crucial entonces que nos cuidemos entre todos y todas, en todos los niveles y prácticas sociales. Que evitemos engendrar y reproducir el odio en cualquiera de sus formas. Que evitemos el juicio sumario, moral o moralizante, emitido desde una posición de superioridad o pureza. Que evitemos el detallismo sociológico que busca siempre explicarlo todo invocando razones ad hoc o a posteriori. Que evitemos también el psicologismo grosero que atribuye a priori rasgos de personalidad patológicos al adversario político. Que evitemos confiar de manera fetichista en la numerología moderna y las encuestas de opinión. Que dejemos de alimentar y darle sustento a los comentarios trolls y a lo que “se dice” en las redes. Que no idealicemos románticamente las luchas si no participamos materialmente en ellas. Que nos guiemos ante todo, y en cualquier caso, por aquello que aumenta decididamente nuestra potencia de pensar y de actuar, de componernos con otros; orientación ontológica y pragmática al extremo, excediendo incluso las ideologías y los saberes específicos. En fin, acaso solo un spinozismo consecuente podrá salvarnos.

Pues el problema político hoy, en que el estado de excepción es la regla, reside en cómo hacer para generar no solo procesos de democratización e igualación social, como ejemplarmente lo ha hecho Bolivia, sino cómo operar transformaciones éticas efectivas donde los individuos, excediendo sus respectivos grupos o clases de pertenencia, puedan acceder a una verdadera felicidad y goce integral, afirmados en sí mismos y no en detrimento de los demás. Si no entendemos y emprendemos esta transformación ético-política clave, todo lo demás será en vano (ya lo hemos experimentado en carne propia); no bastará con ganar elecciones democráticamente, modificar las constituciones nacionales o establecer nuevos pactos sociales, si tales procesos no son acompañados por las transformaciones afectivas necesarias en que los sujetos aprendan a gozar de sí mismos en composición con otros. Quizá ese sea el estado de excepción efectivo.