Del latín monumentum, es decir un instrumento o medio para recordar, la palabra “monumento” ha sido tomada por proyectos nacionales en todo el mundo para instalar una cultura material que evoque en el espacio público sus bases y sus orígenes. En palabras de Ernest Renan, el origen de los estados-nación implica olvidar la violencia y el sufrimiento que marcó su inicio. Los monumentos suelen ser cómplices de ese olvido recordándonos eventos heroicos, próceres y grandes batallas desde la mirada de los vencedores y no desde el lugar de los grupos y pueblos oprimidos, desposeídos o masacrados.
El raudal de monumentos decapitados, quemados, derribados e intervenidos es uno de los efectos inesperados de la movilización social iniciada el 18 de octubre. Monumentos a lo largo de todo Chile han estado en el centro de la protesta ocupando un lugar protagónico de encuentro y disputa que durante décadas no habían tenido. Muchos de los monumentos públicos que silenciosamente han presenciado el devenir de nuestra historia son bustos, estatuas, monolitos o placas que honran figuras de la conquista, la colonia y las guerras que durante el primer siglo de historia marcaron los límites del territorio que hoy constituye Chile. La gran mayoría de estas figuras fueron hombres blancos del mundo militar: Pedro de Valdivia, Diego de Almagro, Francisco de Aguirre, Bernardo O’Higgins, Manuel Baquedano, entre muchos otros. Estas son las figuras que habitaban en aparente sosiego nuestras plazas, parques y veredas.
La calma de aquellos personajes encontró su fin con el inicio de la revuelta que durante muchas semanas ha removido todos los supuestos que definían los límites de la comunidad nacional. Los monumentos y sus silencios inherentes han sido sacudidos por diferentes grupos en múltiples ciudades y comunas del país. Manifestantes con o sin conciencia histórica se encontraron con esas estatuas mudas y cómplices y decidieron de forma espontánea exigirles públicamente el fin de su silencio. Multitudes organizadas súbitamente abatieron, ajaron, incendiaron, disfrazaron o pintaron aquellos monumentos ocupados por el proyecto nacional.
El Estado de excepción que el gobierno de derecha de Sebastián Piñera impuso en Chile como respuesta ciega a las demandas ciudadanas por una sociedad más justa y por una vida digna, desató intempestivamente un “estallido monumental” que busca a toda costa redefinir las bases comunes de esta comunidad política, que necesita romper los silencios, que clama un lugar público para las historias de los vencidos y que intenta materializar otros orígenes y vislumbrar nuevos futuros.
La movilización social nos ha mostrado que el monumento también nos pertenece y que puede ser un aliado constante y creativo en la lucha por nuevas ideas, valores y criterios para imaginar aquello que queremos ser y transformar aquello que hemos sido. Aprendimos que el monumento se practica día a día, que el monumento se canta y se transmuta y que aquellas figuras quietas de mármol o de piedra no pueden ser neutrales, sino que se movilizan junto al pueblo en una danza monumental para demarcar estas nuevas historias que queremos seguir contando.