Escribiendo desde Argentina, desde fuera del ojo de la tormenta (¡ay, esos ojos!), opto por pensar el lugar de Chile como “modelo” para el resto de los países de la región. Antes que nada, la palabra: “modelo” nombra el concepto de universal que las oligarquías devenidas neoliberales (a veces ex burguesías nacionales, a veces agentes directos del sujeto automático) utilizan para hablar de la omnímoda subsunción real de la totalidad de la vida bajo el capital. “Modelo” es el nombre de la violencia del universal en la fase de su globalización neoliberal. Después del fin de la guerra fría, es la manera de aludir a la meta única de la filosofía de la historia del capital. “Modelo” es el nombre del fin de la historia.
“Modelo neoliberal” sería, entonces, un pleonasmo. Ese pleonasmo era Chile hasta el momento. Universal concreto de la marcha inmóvil de la historia después de su fin: promesa de conciliación entre “desarrollo económico” y “democracia”, es decir, entre neoliberalismo y estabilidad social, es decir, entre el fin de la historia y la perpetuación tanatofílica del fin.
Pero el “oasis” resultó ser espejismo en el desierto neoliberal. El “modelo” chileno, de pronto, se transformó en la prueba más irrefutable de la incompatibilidad entre neoliberalismo y cualquier forma de vida democrática, como bienestar y empoderamiento de las mayorías. Comenzó entonces a ser “modelo” de otra cosa. Chile empezaba a ser modelo insurreccional de la dignidad de un pueblo que no se arredra: “hasta que valga la pena vivir”.
Y debemos agregar: Chile no sólo pasó a ser modelo de otra cosa, sino además modelo de otro modo. Las insurrecciones no son patrones a ser imitados, son ejemplos a ser seguidos. En ellas no existe una norma que pueda ser replicada por quienes se le quisieran parecer, sino una incitación para que cada pueblo encuentre la insurrección inmanente que lo habita, la que es sólo suya y carece de modelo porque es índice de su dignidad, siempre intransferible.
Cuando Kant intentaba comprender la especificidad del modo en que el auténtico genio influenciaba en otros, distinguía entre “imitar” y “seguir” (“Nachahmung” y “Nachfolgen”). El genio no puede ser imitado, pues carece de norma. Sólo los modelos escolares y normativos podrían serlo. El genio sólo puede ser “seguido”: él inspira en cada quien la construcción de su “propio” modelo de belleza, siempre inobjetivable, y, por tanto, inapropiable. Lo mismo sucede con el genio de los pueblos: cuando pretende ser fuente de imitación, no es genio, es puro mandamás imperial. Cuando por el contrario no busca expandir su verdad cual norma universal, sino despertar el genio múltiple e irreductible de cada uno de los otros pueblos con los que interactúa, recién entonces interrumpe su tentación imperial. El genio de cada pueblo se confirma cuando sabe despertar el de los demás, es decir, cuando sabe incitar a los demás a no parecérsele sino a ingresar a la polifonía de la historia.
El modelo a imitar es el que busca reproducir la mismidad de un orden que se quiere planetario, subsumiendo lo particular en una lógica universal. El neoliberalismo se reproduce, desde fuera y a costa del otro. El patrón del “Nachahmen” quiere un gobierno planetario de un principio único. Modelo a seguir es el que incita a buscar el ejemplo en uno mismo, multiplicando así los mundos cada cual en su singularidad. La revuelta se incita, desde dentro y en virtud del otro. El paradigma del “Nachfolgen” busca un mundo en el que quepan muchos mundos. El neoliberalismo se exporta, la revuelta se contagia.
Si de lo que se trata, en el genio de los pueblos, es que unos a otros sepan despertar, recíprocamente, el impulso que los habita para producir cada uno su propia norma de belleza, siempre y cada vez singular e irreductible, se comprende que el proceso destituyente de la insurrección chilena haya desembocado en una consigna unánime: asamblea constituyente. Un único movimiento destituyente/constituyente de un modelo alternativo de modelo: aquel en el que la dignidad de cada pueblo se constata en su capacidad histórica de ser ejemplo para sí mismo. Ejemplo de un universal que no existe: asamblea constituyente.
Chile, para todos los pueblos en la región, ya no es el modelo neoliberal que se quiso imponer. No sólo porque es la más estridente refutación de facto del neoliberalismo como modelo, del neoliberalismo como orden y paz, sino también porque diluye (de jure) la noción neoliberal de modelo como ingreso al fin de la historia, como homogeneización imperial del destino.
Ya no estamos ante el modelo neoliberal a imitar. Chile es un modelo insurreccional a seguir.