Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Mirada
Natalia Taccetta
Universidad de Buenos Aires
Instituto de Filosofía
Levantar la vista y sostener la mirada parece ser la mayor desobediencia del pueblo chileno en los últimos días. No solo quiere ver, sino regular sus imágenes; no solo quiere levantar la vista, sino instalar un nuevo régimen de visión para enfrentar la injusticia. Por eso el ejército mutila los ojos. Porque ahí donde queda la mirada, permanece un cuerpo que se rebela.

Después de más de tres semanas de protestas, en Chile se reportan cerca de 200 personas con huellas traumáticas en sus ojos por balines de goma disparados por los militares y los carabineros. Aun cuando podía creerse que el neoliberalismo no necesitaba ya los tanques en la calle ni militares armados en cada esquina porque alcanzaba con la introyección del miedo y la aceptación de la pasividad, el ingente número de apresados, ultrajados y torturados confirma la sospecha: se instala un régimen en el que no hay balas perdidas ni tiros al azar, sino literalización de la ceguera y sistematización del silencio. Para que el pueblo no pueda ver ni orientar a los otros, no alcanza con las detenciones ni las desapariciones forzadas, también hay que producir ceguera y apagar el pathos de lucha a pura represión.

“Epidemia” y “mutilación” son las referencias más transitadas en los diarios de todo el mundo: la primera supone un componente de contagio; la segunda, un mecanismo de docilización. Entre ambas, está lo más rancio del Estado neoliberal y sus políticas: la regulación de las imágenes y la imposición de un régimen de mirada sobre la realidad. Los ojos reventados por el Estado chileno protagonizan su propia revuelta. Pero, “¿quién se subleva en una revuelta?” se pregunta Judith Butler. La revuelta implica la experiencia de un límite que no se puede pasar y supone evidenciar un padecimiento con el que se ha cargado por demasiado tiempo. En las calles de Chile, en la “Plaza Dignidad”, como se empieza a denominar a la Plata Italia, no se manifiesta solo pena porque, como sostiene Georges Didi-Huberman, la emoción que dice “yo” pasa a exhibir la lamentación colectiva que sostiene el desplazamiento de las lágrimas a las armas, de los cuerpos resilientes al pueblo sublevado, que comparte la opresión, pero también la resistencia; que adquiere conciencia del cuerpo conjunto golpeado, pero también de la mirada que se alza por primera vez.

Levantar la vista y sostener la mirada parece ser la mayor desobediencia del pueblo chileno en los últimos días. No solo quiere ver, sino regular sus imágenes; no solo quiere levantar la vista, sino instalar un nuevo régimen de visión para enfrentar la injusticia. Por eso el ejército mutila los ojos. Porque ahí donde queda la mirada, permanece un cuerpo que se rebela. Parafraseando ahora, Butler podría decir que todos los ojos merecen ser llorados, porque con ellos se ha estado viendo el sufrimiento, el hartazgo y el desafío que supone pasar del pathos al ethos de permanecer al lado de otros. No hay en Chile una “Libertad” guiando al pueblo, pues toda la iconografía del siglo XIX ha quedado reemplazada por la multitud urgente que se erige en las fisuras del XXI y reivindica cuerpos visibles y obstinados; a veces impotentes, pero no derrotados. Porque “la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos”, ahora los ojos chilenos miran de frente al dolor convirtiéndolo en discurso, reclamo, cólera y revolución.