Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Fisura
Jorge Larenas
Universidad de Chile
Facultad de Arquitectura y Urbanismo
Nos encontramos frente a un intento fallido de integración y ello, principalmente, porque el mecanismo no operó en términos reales y objetivos sino más bien a nivel subjetivo. En otras palabras, se trató de una puesta en escena, de la construcción de una mera escenografía, de un mero decorado.
40 años de gubernamentalidad –una manera de guiar la conducta de sujetos y poblaciones– y neoliberalismo en este caso –conducente a la producción de sujetos responsables que disponen de la capacidad de tomar buenas decisiones–. 40 años exitosos que sólo han debido recurrir a algunos ajustes de clavijas para preservarse, primero –en los años noventa– ampliando el chorreo para humanizar el modelo pero a cambio de la puesta en marcha de una máquina productiva que capaz de garantizar altos niveles de crecimiento y que ha requerido, simultáneamente, de la desarticulación social y política (la recordada referencia de Aylwin al “no hacer olitas” que pusieran en riesgo la transición). Luego, en la primera década de este siglo, con el despliegue de una agenda de modernización del Estado conducente a incrementar los mecanismos de integración, la que esencialmente ha recurrido a dispositivos más sofisticados y sutiles para actuar sobre las acciones de individuos supuestamente libres en sus decisiones –y aquí entra desde el CAE hasta la regeneración barrial pasando por el AUGE–.

Si consideramos que la recuperación de la democracia está estrechamente entrelazada con la consolidación de una gubernamentalidad neoliberal, el debate lo podemos circunscribir a la calidad de nuestra democracia y a los mecanismos de integración y efectos redistributivos que esta despliega. En una columna reciente, hemos señalado que nos encontramos frente a un intento fallido de integración y ello, principalmente, porque el mecanismo no operó en términos reales y objetivos sino más bien a nivel subjetivo. En otras palabras, se trató de una puesta en escena, de la construcción de una mera escenografía, de un mero decorado; un buen ejemplo de esto se expresa en las transformaciones imaginadas por los programas de regeneración barrial: llevar a los barrios populares los estándares de los barrios acomodados para así “recrear” una experiencia urbana de la ciudad ilustrada, formal, moderna, integrada, pero sin cambiar en nada los problemas estructurales que impactan en la calidad de vida de dichos barros populares.

En tal escenario, o más bien en tal escenografía o decorado, lo que observamos es una fisura, una rasgadura en el telón de fondo que se construyó para “recrear” dicha experiencia de integración y que deja a simple vista –aunque las autoridades políticas aun son incapaces de verlas– lo que está en bambalinas: desigualdad e injusticia social intolerables, esfuerzos y recompensas distribuidos de manera inversamente proporcional entre los pocos ganadores y muchos perdedores de este modelo de desarrollo. Y lo que se ha instalado, gracias a esta fisura provocada por los evasores del metro, es que ya no importa el decorado sino la trastienda del problema, su trasfondo. Y lo más importante, a mi juicio, es la germinal pero muy potente idea que se ha instalado: estamos frente a un desafío que nos interpela a todxs y que, por tanto, no es transferible.

Una fisura en el decorado que nos abre la posibilidad de encontrarnos, reflexionar, debatir y proponer desde saberes diversos, desde espacios diversos, desde comunidades diversas. Una fisura que reinstala sueños, una fisura que nos invita a construir democracia.