Recuerdo esa fatídica noche del 20 de octubre de 2019 en que Sebastián Piñera anuncia en cadena nacional (televisión): “…estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable, que no respeta a nada ni a nadie…”. Además, el presidente, respaldado por las presencias del Ministro de Defensa y del General del Ejército, hacía hincapié en los daños a la propiedad pública y privada a manos de delincuentes.
En el momento pensé, ¿cómo reaccionará la gente después de una declaración de tal magnitud?
Insólito era que una de las entonces más envidiadas democracias de Sudamérica estuviese en guerra. Los días siguientes se desarrollaron bajo intensas protestas en las calles chilenas. El estallido social ganó cuerpo. Hubo enfrentamientos entre la policía y civiles. Hubo toque de queda, precisamente, fueron 6 noches de estado de sitio en la capital.
Estado de sitio. Estado insólito. Estado de impotencia.
Aquí la sensación de impotencia gana relevancia cuando buscamos comprehender que la intimidación gubernamental fue ejercida a través de la sugerencia y performatividad del anuncio presidencial. En el caso, dejaba entrelíneas la existencia de un enemigo oculto que se desempeñaba con libertad.
Considerando la violencia que conlleva tal episodio de la historia chilena, quedaba patente la impotencia de un gobierno que se había restado de los asuntos sociales y que perdía su carácter democrático: había recurrido a las fuerzas militares y policiales para resguardar los derechos humanos. ¿Qué derechos? ¿Derechos de quién? No se nombra, sino que se insinúa: hay derechos que deben ser defendidos y un enemigo.
Pues bien, el imaginario es algo potente. Y como no fue ubicado el enemigo, por lo menos, hemos identificado a dos bandos: los aliados del gobierno y una supuesta oposición (en general, simpatizante de las manifestaciones sociales).
Pasamos de una insinuada guerra a enfrentamientos y rivalidades de bandos. La sociedad se ha polarizado y las personas que no concuerdan con las medidas del oficialismo se convierten, para algunos, en antipatriotas. Si la desigualdad fue una bandera del movimiento social, ahora es justamente el “talón de Aquiles” de la sociedad, pues expone nuestra ambigua condición como “ciudadanos de derechos”. Se inflaman la conciencia de clase y la desconfianza hacia el otro, dando lugar a la comparación y a la relativización. Se confunden derechos y privilegios (políticos, sociales, económicos, laborales, culturales, territoriales, entre otros).
La pregunta ahora recae en cada individuo (potencial elector): ¿conozco a mis semejantes? o, incluso, ¿me interesa (re)conocerlos? Es de vital importancia la apertura al diálogo en la vida común y en las esferas sociopolíticas a través de procesos constituyentes a lo largo del país.
El único enemigo que podría frenar el movimiento social es el miedo al cambio.