“La crítica”, como palabra, comparte la misma raíz etimológica que ‘crisis’ que provienen del griego krino (separar, elegir, juzgar, decidir) pero también (pelear y luchar). Octubre de 2019 ha sido testigo de estos dos sentidos en acción, la urgencia por juicios y demandas por capacidad de elección, y la resistencia y revolución. Krisis significaba una decisión, un juicio y, sobre todo, un punto de inflexión, un momento crucial entre alternativas polarizadas: correcto o incorrecto, verdad o mentira, vida o muerte. La crítica se refiere en este contexto a una acción de separación cuyo objetivo no es solo reformar el statu quo, sino provocar un cambio radical. Tanto la idea de crisis como la de estado de excepción han sido referidas como firmas supremas de la modernidad, por Kosseleck y Agamben respectivamente.
“La crisis” abarca la experiencia moderna, convirtiéndose en ‘un concepto permanente de la historia’, es decir, el modo fundamental de interpretar el tiempo histórico como una crisis única que está ocurriendo de manera constante y permanente. Este es el potencial latente de crítica que la arquitectura ha logrado ‘evadir’, una palabra clave en estos días. La reforma ha sido priorizada contra la revolución, viendo sus efectos hoy día sobre nuestras poblaciones y comunidades. La arquitectura ha sido un aliado del progreso, entregada principalmente a través de la planificación (o la falta de ella), ejemplificada por el famoso aforismo de Le Corbusier «Arquitectura o Revolución» en el que el único mecanismo posible para la arquitectura ha sido, en la mejor de las suertes, la reforma. Esta no es solo la crisis de un modelo económico, sino también de una crisis social, cultural y por supuesto, medioambiental, una crisis en la que todos hemos fallado.
“El oasis” como el Presidente Piñera se refirió al país, o “el milagro” de los discípulos chilenos de Friedman, ha sido un espejismo en muchos sentidos. La ciudad solo cuenta una parte de la historia. La deuda de la vivienda y la segregación territorial pueden explicar una dimensión de la crisis actual, incluida la desconexión y la falta de diálogo real entre las demandas de las personas –invisibilizadas–, y la clase política. Sin embargo, no explica por sí solo la escala del descontento de las últimas dos semanas. La desarticulación de la educación pública, el estado de salud pública, la privatización de todos los aspectos de la vida cotidiana necesita ser descifrada para explicar el punto de inflexión de un modelo fracturado que se hace evidente no solo en Chile, sino en varios confines del mundo. Si las ciudades han sido responsable parcialmente de estos conflictos, por supuesto son parte de la solución. Sin embargo la “crítica” no es solo separación y lucha, a su vez es la actividad que marca la razón como un factor de juicio y, siguiendo a Kosseleck, es «el arte de llegar a ideas y conclusiones adecuadas a través del pensamiento racional». En el mar de demandas y desesperación, violencia y represión, la razón requiere aún mayor presencia.