Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Anestesia
Luis Campos Medina
Universidad de Chile
Facultad de Arquitectura y Urbanismo
En esta “primavera insurrecta” es como si el pueblo chileno hubiera leído a coro la frase de Perec y se hubiera dado cuenta de que la desigualdad que cruza nuestra sociedad es intolerable. Sin quedarse en el diagnóstico, ese pueblo ha decidido actuar, llevar a la práctica esa insoportabilidad, exigiendo transformarla.

En un hermoso texto incluido en su libro “Especies de espacios”, George Perec, el escritor francés cuya biografía quedó marcada por la pérdida de sus padres en la Segunda Guerra Mundial, nos decía que “aquello que llamamos cotidianidad no es evidencia, sino opacidad: una forma de ceguera, un tipo de anestesia”. 

Gran parte de su obra, Perec la construyó contra esa opacidad, intentando romper con la anestesia. De hecho, en otro de sus libros, “Lo Infraordinario”, Perec se subleva contra el régimen de visibilidad que nos impone esta época y de acuerdo al cual “la vida no debiera revelarse nada más que a través de lo espectacular”. Líneas después nos dice “La ‘desigualdad social’ no es ‘preocupante’ en época de huelga: es intolerable las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año”. 

En esta “primavera insurrecta” es como si el pueblo chileno hubiera leído a coro la frase de Perec y se hubiera dado cuenta de que la desigualdad que cruza nuestra sociedad es intolerable. Sin quedarse en el diagnóstico, ese pueblo ha decidido actuar, llevar a la práctica esa insoportabilidad, exigiendo transformarla. 

Más aún, es como si el pueblo chileno se hubiera dado cuenta que esa cotidianidad, articulada en torno a la inequidad y la asimetría, no tiene nada de evidente, que no es un dato de la causa, ni tampoco “es lo que hay”, dicho con esa voz cansina que tenemos tan naturalizada. Al contrario, el pueblo de Chile se ha percatado de que, tras cada una de esas pequeñas transacciones de mercado que han colonizado los espacios de vida de chilenas y chilenos, se esconde una lógica de reparto que genera desigualdad y que ha ido amplificando las distancias sociales. Se ha percatado, también, de que esa lógica de reparto es tan abusiva que requiere de nuestra complicidad para seguir operando. Nuestra complicidad anestesiada. Una complicidad que necesita de un letargo en nuestros sentidos y en nuestra inteligencia, de tal forma que no podamos idear otros modos de vincularnos, otras maneras de distribuirnos, otras formas de encontrarnos. 

Esos han sido los efectos de la anestesia: daño en el vínculo social, restricción en nuestra sociabilidad y atrofia en nuestra capacidad de organizarnos. Sin embargo, los días que hemos vivido desde el 18 de octubre han sido días de despertar. Y ese despertar ha tomado también la forma de conversaciones en cabildos que intentan recomponer el vínculo social; reuniones y asambleas en las que descubrimos otras sociabilidades posibles de explorar; caminatas, saltos y cantos en marchas y concentraciones que, en la congregación de los cuerpos, nos sugieren que somos capaces de organizarnos, de movernos como colectivo y despertar definitivamente de la anestesia.