En uno de los testimonios de una víctima de la violencia estatal perpetrada por carabineros sobre la población chilena –una de esas de más de 200 víctimas que han perdido un ojo o que han sufrido mutilaciones o heridas graves por los perdigones de carabineros– aparece clara la pasión y el empuje que sigue moviendo al pueblo chileno a las calles: tras la pérdida de la visión de su ojo izquierdo, Gustavo dice no tener miedo, más aún señala que el miedo dio cabida a la rabia. Es la rabia insurrecta la que lejos de hacer que los cuerpos se alejen entre sí y vacíen espacios –para lamentarse por la pena de lo que se ve y vive día a día, por lo sido y lo soportado durante treinta años– la que reúne cuerpos en las calles y asambleas, para patear el tablero de las desigualdades e inequidades del neoliberalismo en Chile). Los cuerpos siguen en la calle allende el peligro, los cuerpos dañados ahora por los golpes y heridas que quiere hacerlos retroceder del espacio público no retroceden, se sublevan por el deseo de dignidad, se sublevan ante la injusticia y la violencia estatal que quiere su servidumbre, que quiere su fragmentación.
En 2018 la artista Soledad Sánchez Goldar realizó una intervención en el Cabildo de la ciudad de Córdoba en el que un pasacalle atravesaba el espacio público con el lema: “Teman cuando el pueblo sepa que no tiene nada que perder”. La contundencia y sencillez de esta frase que apareció en 2018 como una suerte de profecía, señala con toda su potencia lo que podemos saber y sentir de los hechos en Chile, lo que dio inicio a las manifestaciones y sobre todo a la permanencia en las calles: los cuerpos están allí tramando otros lazos frente a lo fragmentado, frente al miedo y más allá de la apropiación manifiesta de la violencia del estado de excepción y el permiso que tienen las fuerzas armadas chilenas para mutilar, herir, violar, matar.
La permanencia de los cuerpos en las calles, en las asambleas, en las múltiples manifestaciones es índice y factor de lo que podemos pensar como una soberanía ampliada: los cuerpos en el espacio público sublevado revelan otro espacio, uno que no está enclaustrado en la servidumbre a la que se los quería o quiere hacer volver a fuerza de palos. Esta soberanía ampliada (entiéndase como opuesta a la servidumbre) claramente va más allá de una cuestión estatal (aunque por supuesto que se disputa también una redefinición del Estado, qué forma de Estado, qué constitución darse, etc.). La soberanía en cuestión, la soberanía ampliada de los cuerpos mutilados y múltiples, vulnerables y abiertos, expuestos y sensibles a otras filiaciones es la impugnación de la vida neoliberal, del modo de vida que propone el neoliberalismo que atomiza cuerpos en sus distribuciones espaciales y temporales. Frente al modo de vida neoliberal (o la vida de derecha como llama Silvia Schwarzböck a la vida de posdictadura en que la que el neoliberalismo parece ya no tener ninguna oposición) esta ebullición soberana apunta a la configuración de un modo de vida que sea más que cumplir horarios: frente a la vida de derecha, una vida otra donde los cuerpos evaden los molinillos del subte, trepan sobre las imposiciones de los horarios y las restricciones, vuelven una y otra vez a las calles y acceden al espacio público y, en su contacto, a otros modos de vida. Las redes y flujos que conforman esos cuerpos no-enteros, pero con entereza, muestran en su insistencia la posibilidad de otro(s) deseo(s) político(s).