Este estallido popular nos permitirá superar el arraigo profundo de la discriminación que se había instalado en la sociedad chilena exaltando la vergüenza, repugnancia y la consecuente humillación impuesta con la violencia en todas sus formas. Porque es así, humillando, cómo logró prolongar la subordinación social a los abusos: a las mujeres, trabajadores, estudiantes, enfermos, pobres, indígenas, disidencias sexuales, extranjeros.
Repugnancia, vergüenza y humillación van unidos y se exacerban para dominar y controlar a la población, a los vencidos.
Humillación es el opuesto a dignidad que por estos días aflora en Chile. Es tal vez de una pesadilla de humillación que venimos despertando.
La repugnancia se instala marginando, definiendo un borde que deja afuera a quienes, imperfectos y anormales, terminamos por avergonzarnos. Y al recordarnos esa vergüenza, se nos humilla. El abuso sexual y la pobreza humillan, especialmente cuando la víctima es culpada: el pobre sería pobre por flojo, la mujer violada por andar provocando.
El Estado de Excepción suspende transitoriamente derechos ciudadanos, paradójica, supuesta y justamente, para preservar el Estado de Derecho permanente, sin embargo, también pone en evidencia el grado de Estado de Excepción que nos acompaña como pedal de fondo en una democracia incompleta y debilitada por los privilegios de la minoría dominante, y que el pedal de excepcionalidad es más fuerte aún en el modelo neoliberal que nos fue impuesto como un ladrillo de rango constitucional.
¿O acaso es propio de un Estado de Derecho las flagrantes desigualdades frente a la ley, la desigualdad socioeconómica, la falta de accesos como estigma social? ¿Acaso no es humillante no tener acceso a la educación y peor, a la salud? Es esa la humillación que Chile ha impuesto a la gran mayoría de sus ciudadanxs, hasta que ahora, como han reconocido varios, “el elástico se cortó”.
No se trata ahora de imponer el orden público y sofocar el estallido popular para volver al cauce que llevábamos. Tal empeño del gobierno y el sector hegemónico es inútil, precisamente, porque dejamos de sentir vergüenza y no pueden continuar con la humillación. Denunciamos los abusos sexuales sin sentir culpa, el “patipelado” ahora se muestra con orgullo. Hemos corrido el borde para dejar afuera, como la escoria que son, a abusadores, traidores y vendidos.
La represión del Estado de Excepción que nos cubre intenta dominarnos. Golpean con fuerza a la ciudadanía en desobediencia, la criminalizan y estigmatizan. La marcan con el estigma del abuso sexual y la mutilación. No es casual que la policía sistemáticamente dispare al cuerpo, a los ojos.
Se han equivocado en esta ocasión. No han logrado re-imponer el miedo ni la humillación que, por el contrario, ha transmutado en dignidad.
“Hasta que valga la pena vivir” se lee en las calles chilenas, como declaración poderosa de una determinación por la dignidad inclaudicable.
Lo que viene a continuación es la tarea de terminar con el Estado de Excepción normalizado, escribiendo democráticamente la Nueva Constitución libre de trabas autoritarias y neoliberales.
Lo que viene es la Asamblea Constituyente.