Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de Chile

Acontecimiento
Juan Sandoval Moya
Universidad de Valparaíso
Facultad de Ciencias Sociales
Un acontecimiento como el que estamos viviendo, no puede predecirse como tal, ya que representa una ruptura, una discontinuidad con el orden social en el que emerge y, por lo tanto, necesariamente se ubica fuera de dicho orden. Si el acontecimiento fuera parte de la situación, se asimilaría a las reglas que la regulan, y en consecuencia nada nuevo podría emerger de él, puesto que se trataría de una nueva fase o una secuencia más dentro del orden ya establecido.

Lo verdaderamente nuevo del ciclo de protestas que estamos viviendo en Chile, es su carácter de acontecimiento, es decir, constituir un hecho que a pesar de que el orden del cual forma parte lo definía como imposible, irrumpe como acto abismal. Un acontecimiento como el que estamos viviendo, no puede predecirse como tal, ya que representa una ruptura, una discontinuidad con el orden social en el que emerge y, por lo tanto, necesariamente se ubica fuera de dicho orden. Si el acontecimiento fuera parte de la situación, se asimilaría a las reglas que la regulan, y en consecuencia nada nuevo podría emerger de él, puesto que se trataría de una nueva fase o una secuencia más dentro del orden ya establecido.

Sin embargo, el acontecimiento, además de ser externo a la situación en la cual emerge, debe tener un lugar en ella con el propósito de tener significado. Por ello es que las protestas de octubre emergieron en torno a unas demandas muy concretas que le hicieron sentido a la mayoría de la población y que pasaron a representar rápidamente una crítica a la falta de legitimidad de todo el sistema. Hablamos de un acontecimiento que tiene la característica de romper con el orden establecido a partir de demandas particulares que posibilitan articular un nuevo sentido.

Es verdad que desde una perspectiva tradicional las expresiones de rebeldía o protesta que estamos viviendo pueden ser cuestionadas, porque su carácter de acontecimiento las convertiría en acciones que renuncian a la construcción de un relato general en el cual se pueda inscribir estratégicamente un proyecto de cambio social. Según esas críticas, estas acciones serían sólo reventones que, al carecer de una estrategia de largo plazo, serían fácilmente asimilable por las características de la sociedad de consumo que rápidamente transformaría la carga libertaria de estas acciones en una nueva mercancía o un nuevo espectáculo.

Por cierto, las protestas de octubre no tienen un plan previamente diseñado, por el contrario, diríamos que son las tácticas que han sido puestas en juego en cada una de estas manifestaciones las que han definido retroactivamente el plan. Es decir, en las propias acciones que se proponen interrumpir lo establecido –marchas, asambleas, cabildos–, se ha empezado a redefinir lo que es posible hacer, proponer y esperar. A mi modo de ver, esta característica del ciclo de movilizaciones que estamos viviendo, de haber emergido como acontecimiento, contra todo pronóstico, sin partidos, sin dirigentes y sin un plan previamente definido, representa su mayor potencialidad, porque posibilita que las múltiples articulaciones y agenciamientos que se están produciendo autónomamente por todos los ámbitos de lo social, construyan puentes entre el mundo actual y otro posible, constituyendo modos de poner en acción una promesa de que algo diferente puede venir.