¿Cómo resistir en la postdictadura? ¿Cómo resistir a la postdictadura? Estas preguntas demandan interrogar al menos dos supuestos que se han señalado con insistencia en los últimos años. El primero de ellos advierte que en la condición postdictatorial la clandestinidad ha devenido imposible, al punto que toda política de resistencia debe pensarse como postclandestina, como una política que requiere repensar el conjunto de teorías que en la modernidad buscaron contestar el heliotropismo de las luces con un heliotropismo invertido, de las raíces, de lo nocturno. El segundo supuesto, hoy un lugar común en la razón de la disidencia, advierte en toda puesta en escena hiperrealista la oportunidad de actuar una práctica de resistencia asociada a una sobreactuación, a un descalce capaz de alterar el flujo de una imagen devenida pornográfica, obscena en su explicitud.
Ambos supuestos parecen no advertir que no hay exterioridad en la escena de representación de la postdictadura. La postdictadura, como un régimen visual de producción de presencia, como un régimen de historicidad presentista que actúa una y otra vez la imagen de un presente absoluto, se organiza desde el interior de una topología que no es ya la de la modernidad. Esta otra lógica de la espacialidad es la de una imagen luminosa que habría que interrogar en términos de post-imagen, donde la representación se desdobla en presentación alterando así el vínculo imaginal que organizaba la relación teatral sobre la que se instituía la escena de la representación moderna. Este vínculo imaginal al volver imposible la propia distancia que daba lugar al acto crítico, al conmover la propia idea de punctum visus y de perspectiva que proveía el régimen de historicidad moderno, se expone en el presente bajo los efectos de una luminosidad cegadora que altera el régimen de visibilidad de lo moderno, así como el de la temporalidad que le era consustancial. De ahí que cierta ceguera, cierto encandilamiento sea el rasgo distintivo de todas aquellas prácticas que ensayan o movilizan actos de resistencia. En la postdictadura la resistencia es ciega, se organiza en un espacio cerrado y luminoso que tiene las características de lo abierto, de lo ilimitado. La pérdida de la condición de futuridad del realismo postdictatorial da lugar a la proliferación de figuras de la desafección, de la destitución subjetiva, de la traición o el disimulo, que se presentan en la escena actual como traducciones posibles de una otra política constituida en la idea de una sustracción de la identidad, de la comunidad y de la propia política entendida en términos performativos y productivos. Estas otras figuras de la resistencia pueden ser pensadas justamente como señuelos o promesas de una política de la negación que resiste e insiste en la negatividad de su propia negación, que adelanta o da lugar a una melancolía que no se sostiene en promesa alguna, que no ensaya paso o movimiento dialéctico alguno, pero que, sin embargo, afirma en el presente absoluto de la postdictadura la memoria de una herida incicatrizable, la huella de una división inscrita en el corazón del presente.
Sin duda, siempre cabe interrogar el porvenir de la resistencia. Siempre cabe identificar su figura con la figura de un pensamiento que se invoca en el preciso momento de la retracción de lo político. De acuerdo a ello, las figuras de la resistencia, las formas que ella asume en la escena postdictatorial, no tendrían más valor que las de servir de documentación del proceso de sustracción o retracción de lo político en el presente. ¿Cómo insistir, entonces, en identificar las figuras de la resistencia sin hacer de éstas el señuelo de una política de la negación, ni el registro imaginal del retraimiento de lo político? ¿Cómo no ver en la resistencia, en ese gesto que busca “mantenerse firme” en el lugar, una tropología que hace del mismo acto de resistir un emplazamiento, una revuelta, una insistencia que no se da sin un determinado retorno, sin una vuelta atrás? Las figuras de la revuelta, de la sublevación, del alzamiento, de la insurrección, no son ajenas al incendio que se expone en el vector antigonal de la resistencia. Ellas son parte de esa memoria trágica y clásica que se presenta como lo más propio de la resistencia. El acto de resistir nombra así tanto la separación como lo que retorna o lo que reaparece bajo el signo de una declaración apocalíptica. La resistencia anuncia un fin y un comienzo del mundo. Comienzo y fin que llega ya siempre después, limitado y excedido por una acción diferida que es una y múltiple a la vez.